Un día en mi huerto estaba, sembrando, plantando y regando, en mi huerto.
¡Qué grande es esto de dominar la tierra y los elementos!
En mi huerto yo controlo, yo domino; yo hago y deshago;
yo corto hierbajos, yo quemo rastrojos; yo trasplanto, yo arranco;
yo lo hago crecer, yo lo cocino, y yo me lo como - ¡qué placer!
Cuando de repente una semilla vi germinar
y para mi sorpresa se me puso a hablar, sin terminar.
Muy grande te creerás, dominador de la naturaleza...
Hijo dominando a la madre tierra ...
¿No te has parado a pensar?
¿Dónde te piensas que hemos hibernado yo y mis hermanas?
¿Piensas que estábamos muertas? ¿Y que tú nos creas de la nada?
¿Qué te crees?
¿Quién te crees?
Yo a tal punto, de rodillas caí, sin habla, confundido y sin sentido.
Y a mi semillita germinante me dirigí compungido, aturdido:
¿Por qué os escondéis todo este tiempo? ¿Por qué motivo os ocultáis?
¿Por qué te haces la muerta meses, y después de repente en unos días creces?
¿Por qué tanta crueldad? ¿Y esa falta de humanidad?
Que me dejáis con el cruento frío, solo, en el invierno...
Pero aquí estoy yo para entregaros luz y calor, daros agua y color.
Ya veo que nada entendiste, replicó la simiente, ya con un tallo creciente.
Todo lo que tú pensaste que haces tú,
no lo haces tú porque eres un simple sirviente.
Aunque se piense dueño el sirviente, sigue el siervo sirviente siendo.
¿No ves que debes darte cuenta? Que es nuestro dueño y señor el que todo esconde
y oculta la vida en el invierno, para lección tuya y que te sirva de escarmiento
contra toda esa arrogancia, esa soberbia, ese orgullo y altivez
que los humanos tenéis cuando pensáis que la tierra es vuestra servitud.
Nos oculta el Creador estos amargos, longevos meses, ciegos y oscuros
sin más razón que esta: que os deis cuenta
de que de Él dependéis y que agradezcáis la existencia;
que sepáis que primavera es tan realidad como señal:
rebrotes, colores, flores y olores son realidad tangible, evidente,
pero señal son de una fuerza que siempre (¡siempre!) es latente.
El Nuevo Día, como los persas dirían, en que a la noche iguala el día
es la señal suprema, el gran símbolo bendito de que todo,
monda, piel, cáscara, superficie, exterior y fachada,
es –simple es decirlo– no más que embalado y envoltorio
de algo sutil y profundo: el misterio de este mundo.
Así me habló mi semilla, ya planta hermosa y crecida,
y así me hizo caer una lágrima en la mejilla.