El juez y la mosca

Nunca hubo un juez más tranquilo, sereno digno, con más auto control y precisión en sus movimientos que el juez (qadi) de Basra de nombre ‘Abd Allah ibn Sawwar.

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Este juez estaba acostumbrado a rezar por la mañana en su casa, aunque viviera muy cerca de la mezquita, después de rezar iba al juzgado, se vestía con su toga de juez y se sentaba sin apoyarse en nada, quedándose recto, inmóvil, sin siquiera darse la vuelta en su asiento, sin desabrochar su toga, cruzar las piernas o apoyarse en los brazos de su silla, de manera que parecía una estatua.

Permanecía en esta posición hasta que la oración del mediodía exigía levantarse; una vez terminado el rezo volvía a sentarse, asumiendo la misma postura hasta la hora de la oración de la tarde; después de rezar volvía a quedarse inmóvil hasta la puesta del sol cuando se levantaba para rezar y finalmente volvía a su asiento ocupándose de multitud de escrituras, contratos y documentos diversos. Después de todo esto hacia el rezo de la noche y volvía a su casa.

En verdad, no se levantó para ir al baño ni una sola vez durante todo el tiempo en que ocupó su cargo: no necesitaba hacerlo ya que no tenía ganas de beber ni agua ni ninguna otra bebida. Así era su rutina todos los días del año, ya fuera invierno o verano, fuera el día largo o corto. Del mismo modo, nunca levantó la mano ni agachó la cabeza, únicamente se limitó a mover los labios.

LA FASTIDIOSA MOSCA

Cierto día, cuando los ayudantes del juez y el público del juicio se habían colocado en sus lugares correspondientes, ya fuera en la galería, en los laterales o en la parte delantera, una mosca se posó en la nariz del juez. La mosca se quedó un rato en la nariz y después se desplazó a la esquina del ojo. El juez hizo caso omiso y lo soportó con paciencia, sin pellizcarse las fosas nasales, ni sacudir la cabeza o ahuyentar la mosca con el dedo.

Sin embargo, como la mosca le estaba causando un dolor agudo hasta llegar a ser insoportable, él juez guiñó un párpado; la mosca seguía sin moverse así que él parpadeó más rápido y con más fuerza. Entonces la mosca se alejó por un momento, pero volvió a instalarse y de forma tan insistente que nuestro juez perdió completamente la paciencia y se vió obligado a apartarla de un manotazo.

Todos en el juicio miraban con disimulo lo que estaba pasando. La mosca volvió a alejarse hasta que el juez bajó la mano y entonces volvió a la carga y lo obligó a protegerse la cara con el borde de su manga, no una, sino varias veces.

El qadi, que se había percatado de que ni sus asesores ni el público perdían detalle de la escena, se dirigió hacia ellos gritando: “juro que la mosca es más pesada que la cucaracha y más arrogante que el cuervo! Que Dios me perdone! Cuántos hombres viven encantados con ellos mismos! Pero Dios les hace confrontarse con sus propias debilidades ocultas! Ahora que veo que la criatura más frágil de Dios me ha vencido y confundido sé que yo no soy mas que un ser débil”.

Fuente:

The Life and Works of Jahiz, C. Pellat (ed. y trad.), Secondary Curriculum: Muslim Devotional and Ethical Literature, pp. 154-155.