La muerte por la inmortalidad
Había una vez un derviche que tenía sesenta discípulos a los que había enseñado todo lo bien que había podido, y decidió que había llegado el momento de que tuvieran una nueva experiencia. Les dijo que debían emprender un largo viaje, y que algo -no sabía el qué- ocurriría mientras lo hacían. A aquellos que habían asimilado lo suficiente para entrar en esta etapa, les dijo que podrían ir y acompañarlo en este viaje.
Les dijo que todos debían memorizar la frase: "Debo morir en lugar del derviche", y que debían estar preparados para gritarlo cada vez que el derviche levantara sus dos brazos. Los discípulos, al oír esto, sospecharon de los motivos del derviche y comenzaron a murmurar entre ellos.
Cincuenta y nueve de ellos le abandonaron, creyendo que él sabía que iba a estar en peligro en algún momento, y que quería sacrificarlos en su lugar. Le dijeron que pensaban que podría estar planeando un crimen -incluso un asesinato- y que no podían seguirle en las condiciones que exigía.
Así pues, el derviche partió con el único compañero que le quedaba. Poco antes de entrar en la ciudad más cercana, un malvado tirano la había asaltado, y deseando consolidar su control sobre la ciudad mediante una dramática demostración de fuerza, reunió a sus soldados y les dijo que capturaran a cualquier que pasara por la ciudad y que pareciera inofensivo, y que él lo condenaría por malhechor. Los soldados le obedecieron y salieron a las calles en busca de tal caminante.
La primera persona que encontraron fue al discípulo del derviche, al que detuvieron. Seguido por el derviche, llevaron al discípulo ante el rey, donde el populacho, ya atemorizado al oír el tambor de muerte, se arremolinó en torno a él. El discípulo del derviche fue empujado hasta el rey, que decretó que había resuelto dar un ejemplar escarmiento a un vagabundo para demostrarles que no toleraría a los inconformistas ni a los que intentaran fugarse, y condenó al discípulo a muerte.
Al oír esto, el derviche imploró al rey que se le permitiera morir a él en lugar del discípulo, ya que él era el culpable de haber persuadido al discípulo a embarcarse en la vida de caminante. Al decir esto, el derviche levantó ambos brazos sobre su cabeza, y el discípulo gritó rogando al rey que le permitiera morir en lugar del derviche.
El rey se quedó atónito. Pidió consejo a sus consejeros, preguntándose qué clase de personas podían ser el derviche y su discípulo, compitiendo entre sí por la muerte; le preocupaba que si sus acciones eran tomadas como un acto de heroísmo, el pueblo podía volverse en su contra.
Después de consultar entre ellos, los consejeros le dijeron al rey que si aquello era heroísmo, poco podían hacer salvo actuar con más crueldad aún, hasta desalentar al pueblo, pero que no perdían nada preguntando al derviche por qué estaba tan ansioso por morir.
Cuando le preguntaron, el derviche respondió que se había predicho que un hombre moriría en aquel lugar y que resucitaría y, a partir de entonces, sería inmortal, y que naturalmente tanto él como su discípulo querían ser ese hombre.
El rey se preguntó a sí mismo por qué debía hacer inmortal a otro cuando él no lo era, y después de meditarlo un momento, ordenó que lo ejecutarán a él de inmediato en lugar del derviche o su discípulo.
Inmediatamente, los más malvados de sus colaboradores, también ansiosos de inmortalidad, se suicidaron. Ni ellos ni el rey volvieron a levantarse, y el derviche y su discípulo se marcharon en medio de la confusión.
Fuente: Idries Shah (1924-1996)
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El cuento de tres peces grandes
Esta es la historia de tres peces grandes, uno de ellos inteligente, otro de inteligencia media y el tercero, estúpido.
Unos pescadores se acercaron a la orilla del lago con sus redes. Los tres peces los vieron.
El pez inteligente decidió de inmediato marcharse, para acometer el largo y difícil viaje hacia el océano. Y pensó: “No voy a consultar a estos dos sobre esta cuestión. Sólo debilitarían mi decisión, porque aman demasiado este lugar. Lo consideran su hogar. Su ignorancia los mantendrá aquí." El pez sabio miró a los hombres y a sus redes y se dijo: "Me voy."
El segundo pez pensó: "Mi guía se ha ido. Debería haberme ido con él, pero no lo hice, y ahora he perdido mi oportunidad de escapar. Ojalá me hubiera ido con él. Lamentó la ausencia de su guía durante un rato, y luego pensó: "¿Qué puedo hacer para salvarme de estos hombres y sus redes? Tal vez si finjo que ya estoy muerto. Me pondré en la superficie y flotaré como flotan las malezas, entregándome totalmente al agua. Morir antes de morir."
Y eso fue lo que hizo. Se bamboleó arriba y abajo, indefenso, al alcance de los pescadores. "¡Mira esto! El pez más grande y mejor está muerto."
Uno de los hombres lo levantó por la cola, lo escupió y lo arrojó al suelo. Rodó una y otra vez y se deslizó sigilosamente hacia el agua, para luego volver a entrar.
Mientras tanto, el tercer pez, el más tonto, se agitaba saltando de un lado a otro, tratando de escapar con su agilidad y astucia. La red, por supuesto, se cerró finalmente en torno a él, y mientras yacía en el terrible fondo de la sartén, pensó: "Si salgo de esto, no volveré a vivir en los límites del lago. Nadaré hasta el océano. Haré del infinito mi hogar."
Fuente: Jalaluddin Rumi (1207-1273)
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